Madrid, Teatro de la Zarzuela: “La Gran Duquesa de Gerolstein”

Teatro de la Zarzuela – Temporada 2014/2015
“LA GRAN DUQUESA DE GEROLSTEIN”
Zarzuela bufa en tres actos y cuatro cuadros. Libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy. Edición crítica de Jean-Christophe Keck y traducción de Enrique Mejías García.
Música de Jacques Offenbach  
La gran duquesa NICOLA BELLER CARBONE
Fritz ANDEKA GORROTXATEGI
Wanda ELENA DE LA MERCED
El conde Puck MANUEL DE DIEGO
El general Bum CÉSAR SAN MARTÍN
El príncipe Pol  GUSTAVO PEÑA
El barón Grog FRANCISCO CRESPO
El capitán Nepomuceno  ENRIQUE R. DEL PORTAL
Iza  LEONOR BONILLA
Olga NURIA GARCÍA ARRÉS
Amelia ANA CADAVAL
Carlota ANNA MOROZ
Notario ANTONIO GONZÁLEZ
Orquesta de la Comunidad de Madrid, Titular del Teatro de la Zarzuela
Coro del Teatro de la Zarzuela
Director musical Cristóbal Soler    
Director del Coro Antonio Fauró
Dirección de escena, escenografía, vestuario e iluminación Pier Luigi Pizzi
Realización de la dirección de escena Massimo Gasparon
Coreografía Marco Berriel
Producción del Festival del Valle d´Itria de Martina Franca (1996)
Madrid,  15 de marzo  2015

El estreno de la obra en Madrid en noviembre de 1868, tan solo dos meses después de la llamada Revolución Gloriosa que supuso el destierro de la Reina Isabel II, está rodeado de mucha historia y de algunos fallidos intentos por poner la obra en cartel. La censura impidió hasta en dos ocasiones que el empresario Arderius pudiera estrenar la versión española convertida en zarzuela de la obra de Offenbach en el Teatro del Circo (Bufos de Arderius) en el año 1868. La ópera bufa que el compositor alemán estrenó en París en 1867 dista bastante de la versión que posteriormente se popularizó. Y es que pocos días después del estreno, Offenbach y los libretistas Meilhac y Halévy decidieron cortar varios números y abreviar otros. La edición crítica a cargo de Jean-Christophe Keck que se presenta en el Teatro de la Zarzuela en estos días parte de la versión instrumental original, en la que se ha recuperado la música que fue suprimida. La partitura que se ha representado habitualmente y que pasó a la historia es la denominada versión París. El adaptador Julio Monreal partió de esta versión para la adaptación del texto en 1868, con acierto en la parte de los diálogos hablados pero con bastantes fallas en lo referente a las partes musicales, donde no tuvo en cuenta el cambio de ritmo idiomático. Y a pesar de la gracia de sus textos, se le acusó de excesiva autocensura. En la versión de Enrique Mejías García, que es la que se presenta, se han integrado los diálogos partiendo del libreto de censura parisino. En la temporada 1888-1889 el Teatro Apolo de Madrid preparó una nueva traducción de la obra a cargo de Emilio Álvarez. De esta versión se han tomado cinco números musicales para el estreno que nos ocupa en Madrid, otros tres números musicales con letra pertenecen a la versión de Julio Monreal, ocho son de la actual versión de Enrique Mejías García y se han introducido también seis números en los que hay una combinación de fuentes. Los tres números inéditos que han sido recuperados para este estreno en el Teatro de la Zarzuela son los siguientes: El Gran Final del segundo acto; la Meditación de la Gran Duquesa y la Escena y Coro de la conspiración del tercero. Y después de todos los esfuerzos realizados por musicólogos e investigadores, traductores y libretistas, podemos disfrutar de esta obra, sin duda quizá de las mejores piezas del compositor. Su buena acogida en España estuvo influenciada y rodeada de cambios político-sociales favorecedores para la música de este compositor alemán y afincado en París, ciudad cultural por excelencia del momento. En este éxito también tuvieron que ver las buenas artes de los empresarios musicales del momento y las mañas que el propio compositor utilizaba para adecuar su música a cada uno de los países que quiso acogerla. Y centrándonos ya en la producción que nos ocupa, podemos decir que la salva la actuación de los cantantes, su aportación en escena y en algunos casos su valiosa contribución a nivel musical. En cuanto a las féminas, Nicola Beller Carbone nos dejó a falta de ver una proyección vocal más limpia en los registros extremos, con más empaque, aunque hay que reconocer que lució una buena gama sonora en la tesitura central. Como personaje principal de la obra hubiéramos deseado una voz con más carácter, más redonda, con más entidad. La soprano Elena de la Merced en el papel de Wanda mostró la delicadeza que le caracteriza y se ajustó a los requerimientos de la partitura sin problemas. Los papeles masculinos fueron el principal motivo de diversión, de disfrute, y también de mayor aportación en cuanto a calidad vocal. Tanto los tenores Andeka Gorrotxategi, Manuel de Diego y Gustavo Peña como el barítono César San Martín derrocharon calidad vocal y unas dotes en escena extraordinarias. Del tenor vasco destacamos su canto fácil y adaptable a los cambios de registro, aunque quizá pecó de excesivo amaneramiento en escena. El tenor canario, en cambio, nos deleitó con un canto redondo, natural y con unas sorprendentes dotes de actor. Manuel de Diego y el barítono César San Martín se mantuvieron moderados en ambos terrenos, siempre dentro de la alta calidad que el elenco masculino posee y demostró. El resto de las aportaciones fueron también valiosas, como la del tenor habitual en las temporadas de los teatros españoles, Enrique R. del Portal como capitán Nepomuceno, el bajo Francisco Crespo en el papel de Barón Grog, y las sopranos Leonor Bonilla, Nuria García Arrés y Ana Cadaval y la mezzosoprano Anna Moroz. El Coro Titular del Teatro de la Zarzuela estuvo brillante en sus intervenciones y la batuta de Cristóbal Soler dirigió con buen ritmo a los músicos de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. A pesar de ello, la función se hizo pesada y larga. La producción presentada y diseñada en los años noventa del pasado siglo por el afamado Pier Luigi Pizzi y supervisada en Madrid por Massimo Gasparon, carece hoy en día de gracia. A pesar de las soluciones escénicas y una escenografía intercambiable muy bien aprovechada, con el color azul como elemento central, a día de hoy se nos antoja excesivamente anticuada. Quizá una dirección de actores mejor lograda y un mayor cuidado en la iluminación habrían ayudado a que la función, a pesar del intento de músicos y cantantes, y la calidad artística y musical de algunos pasajes, no cayese en un largo suceso de escenas que hoy en día difícilmente nos hacen sonreír.