Madrid, Teatro Real: “Death in Venice”

Teatro Real de Madrid – Temporada 2014/2015
“DEATH IN VENICE”
Ópera en dos actos y diecisiete escenas. Libreto de Myfawny Piper, basado en el relato Der Tod in Venedig (1912) de Thomas Mann
Música de Benjamín Britten
Gustav von Aschenbach JOHN DASZAK
El viajero  (viejo presumido, viejo gondolero LEIGH MELROSE
director del hotel, barbero del hotel
director de los músicos,
voz de Dionisio)
La voz de Apolo ANTHONY ROTH COSTANZO
Empleado inglés / Guía de Venecia DUNCAN ROCK
Tadzio TOMASZ BORCZYK /ALEJANDRO PAU
Pedigüeña ITXARO MENTXAKA
Conserje del hotel VICENTE OMBUENA
Vendedor de cristal ANTONIO LOZANO
Camarero DAMIÁN DEL CASTILLO
Vendedora de encajes NURIA GARCÍA ARRÉS
 Vendedora de fresas y periódicos RUTH INIESTA
Dama danesa DEBORA ABRAMOWICZ
Dama inglesa OIHANE GONZÁLEZ DE VIÑASPRE
Muchacha francesa ADELA LÓPEZ
Madre rusa ESTHER GONZÁLEZ
Madre alemana PAULA IRAGORRI
Nodriza rusa MIRIAM MONTERO
Dos americanos ÁLVARO VALLEJO, ENRIQUE LACÁRCEL
Músicos ambulantes LEGIPSY ÁLVAREZ, ALEXANDER GONZÁLEZ
Gondolero RUBÉN BELMONTE
Camarero / Padre polaco ELIER MUÑOZ
Barquero del Lido SEBASTIÁN COVARRUBIAS
Padre alemán VASCO FRACANZANI
Padre ruso IGOR TSENKMAN
Camarero de hotel IVAYLO ORGNIANOV
Sacerdote de San Marcos CARLOS CARZOGLIO
Madre de Tadzio SILVINA MAÑANES
Hermanas de Tadzio DANIELA CEÑERA, CARLA FELIPE
Institutriz MARÍA MENÉNDEZ
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real de Madrid
Director musical Alejo Pérez
Director de escena Willy Decker
Realizador de la dirección de escena Rebekka Stanzel
Escenógrafo Wolfgang Gussmann
Figurinistas Wolfgang Gussmann, Susana Mendoza
Iluminador Hans Toelstede
Coreógrafo Athol Farmer
Realizador movimiento coreográfico Marco Berriel
Madrid, 11 de diciembre de 2014

Bajo  la luz y oscuridad que esconde Venecia, ciudad de encanto sin duda alguna, se vislumbra la belleza, la vida, la muerte, y la incertidumbre que se pasean entre las líneas de la obra de Thomas Mann y entre los sonidos que describe Britten. Las situaciones personales de ambos artistas presentaron características comunes y, quizá esta obra no sea más que un colofón final en la trayectoria vital de Benjamin Britten. Los cabos que hubo que atar para que la obra viera la luz fueron nudos difíciles de tratar. Varias fueron las circunstancias que hicieron ardua la labor, entre ellas el estado de salud del propio compositor. Otra de las dificultades fueron los problemas de exclusividad que la productora de Luchino Visconti había firmado sobre la explotación de los derechos de la obra con la Warner Bross,  que en ese momento estaba a cargo del rodaje de la afamada película del director italiano, de título homólogo, sobre la novela de Thomas Mann. Fue su hijo Golo Mann quien intercedió para que se solventaran las dificultades y la gran obra de Britten viera por fin la luz.
Wiily Decker retrata en su puesta en escena el contenido de la obra de Mann y también decora la música de Britten. Venecia es símbolo de belleza, de oscuridad, de luz, de vida, de muerte, de decadencia. El viaje literario, musical,  y vital que realizan tanto el escritor como el compositor se ve reflejado en la propuesta de Decker. La sencillez, finura de formas, exquisitez en la concepción escénica y un diseño de iluminación magistral a cargo de Hans Toelstede, convirtieron el Teatro Real en una auténtica Venecia con todos los ingredientes y características que se describen en el texto. La música de Britten, también nos trasladó a ese lugar claroscuro que habita dentro de cada uno de nosotros y que nos asusta explorar en la mayoría de los casos. Las diecisiete escenas en las que se divide la ópera fueron claras, ágiles, y transmitieron el mensaje exacto en cada momento con esmerada pulcritud.
Todo el conjunto participante estuvo embriagado de ese halo mágico que caracteriza a la propia Venecia. Las voces fueron un elemento más del conjunto, el engranaje fue perfecto. Los actores nos llevaron también a ese mundo retratado con el que nos sentimos (o no) identificados. El tenor británico John Daszak, que encarnó al protagonista de la historia, el escritor Gustav von Aschenbach, dibujó con su voz y con su actuación una lucha perfecta, real. Su voz, llena de fuerza y carácter evolucionó durante la actuación, acoplándose a la perfección al momento sugerido en cada escena, reflejando la lucha por el reconocimiento de la pasión erótica en la propia belleza. Leigh Melrose, barítono que estrenó Death in Venice en el Liceu de Barcelona, ofreció la calidad que se esperaba, siendo apuesta segura por el especial reconocimiento que tiene en la ejecución de personajes en estrenos de obras contemporáneas en todo el mundo. Su versatilidad y seguridad en escena se reflejaron en cada uno de los personajes que interpretó, desde el viajero, pasando por el gondolero, el viejo presumido, el director de los músicos o el barbero del hotel. Fuera cual fuese el personaje, su canto y sus formas actorales fueron bien recibidas por la calidad vocal y la inteligencia para pasar de uno a otro. La voz de Apolo, que no apareció en escena, sino que se proyectó desde la parte más elevada del teatro, pareció realmente llegada del cielo, gracias al bello canto de su intérprete, el joven contratenor Anthony Roth Costanzo. Destacaron también los demás cantantes por su solvencia y adaptabilidad a la complejidad del texto y la música: el también británico Duncan Rock, guía de Venecia, el conserje del hotel, interpretado por el español Vicente Ombuena, el también barítono español Damián Castillo como camarero y el que podríamos denominar “grupo callejero”. Este último grupo, estuvo encabezado por la mezzosoprano vasca Itxaro Mentxaka, asidua invitada en las temporadas principales de los teatros españoles. Junto a ella el tenor Antonio Lozano y las sopranos Nuria García Arrés y Ruth Iniesta, como grupo de vendedores. Todos ellos respondieron y demostraron un gran nivel en la interpretación de esta dificultosa obra.
Los actores jugaron la otra carta de la partida, siendo su intervención igual de importante que la vocal. E igualmente nos dejaron satisfechos. Tadzio, protagonista de la historia, interpretado por Alejandro Pau, fue el otro pilar. Y precisamente la gran importancia que tiene para el desarrollo de la obra procede del hecho de que no habla en ningún momento del texto. Las actrices que representan la familia polaca, junto con los bailarines y otros personajes que aparecen como turistas de diferentes nacionalidades, completaron el cuadro relacionado expresamente con la acción. Su trabajo fue fundamental y se realizó  con cuidado y diligencia para transmitir todo el verdadero sentido de la historia.
El Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real al mando del experto en repertorio contemporáneo, Alejo Pérez, demostraron una vez más la buena disposición y eficacia de estos músicos para afrontar repertorios del siglo XX.
La búsqueda de belleza, esa pasión incontrolable que solo se esconde en lo más profundo y que solo en algunas ocasiones llegamos a reconocer cuando estamos al borde del abismo, la pudimos vivir con intensidad en el coliseo madrileño. Todo fue posible gracias al fantástico trabajo del equipo que estuvo dentro y alrededor del escenario y de la creación de esta singular obra maestra. Fotos Javier del Real / Teatro Real